Joan Manuel Gisbert

ENTRE EL MUNDO VIVIDO Y EL MUNDO SOÑADO

ENTRE EL MUNDO VIVIDO Y EL MUNDO SOÑADO

 

Presentación efectuada por la escritora y profesora Lola Mascarell al comienzo de un encuentro de Joan Manuel Gisbert con más de cuatrocientos alumnos de diez distintos centros de secundaria de la Comunidad Valenciana, en el Monasterio de San Miguel de los Reyes, Biblioteca Valenciana, Valencia, dentro del programa “Encuentros con escritores” en el curso 2006/07, organizado por la Conselleria de Cultura de la Generalitat Valenciana. 

 

Hay un mundo vivido y un mundo pensado, un mundo pensado que se nutre del vivido, y un mundo vivido que adquiere su plenitud cuando incorpora los hallazgos del mundo pensado. La obra de Joan Manuel Gisbert se sitúa en este interregno, en el intervalo mágico en el que confluyen, con armonía espléndida, el sueño y la vigilia. De hecho, si hay una constante en su prolija y extensa producción, es el diálogo que en sus páginas mantienen los genios de la ficción y los centinelas de la realidad, sutil danza acordada entre la fábula y la vida de la que surge, en el momento más inesperado, la llama de la fantasía, ese fuego remoto y primitivo que desde tiempos inmemoriales alimenta la hoguera de la literatura. El afán de contar, el gusto por la narración va ligado al hechizo que ejerce en nuestras vidas la existencia de lo sobrenatural y es a partir del extrañamiento, a partir de lo oculto, al entrar en contacto con lo que no se sabe, cuando se enciende en nosotros el anhelo por el relato.

Y no hay que irse muy lejos para encontrar el retal de lo fantástico, no hace falta marcharse a lugares exóticos, a tiempos imposibles o a extrañas dimensiones. Decía Julio Cortázar que lo extraordinario reside en lo cotidiano, que es en la propia casa donde surge la bestia indescriptible, que lo inefable está en el autobús o en la ventanilla de correos, que detrás de cualquier acto cotidiano se esconde un secreto maravilloso, un sigilo insoluble que medra en el reverso de las cosas, invisible en apariencia, pero siempre latente, como si detrás de una postal colgada en la pared de nuestro estudio se abriera una grieta, la sima hacia lo desconocido. Los fantasmas están dentro de nosotros, en cualquier rincón del dormitorio, y las obras de Gisbert se encargan de buscar esa puerta a lo inexplicable, de sacar a la luz de las palabras ese otro lado arcano, esa parte velada de la vida que late en las entrañas de lo ordinario.

No es de extrañar por tanto que su obra, aunque no se dirija a ningún tipo de lector en concreto, encuentre entre los jóvenes su mayor resonancia, no es raro que seáis vosotros los que con más fruición os aventuréis en sus letras, pues no es posible acceder al mundo de la magia, al reino de la fantasía, sin ese atisbo de duda, sin esa dosis de fascinación y de osadía que nos invita a mirar cada noche debajo de la cama por si acaso allí hubiera algo más que vacío, algo más que la alfombra o que las zapatillas, un monstruo acaso, o un tesoro, un largo e invisible pasadizo. No es que los lectores de Joan Manuel Gisbert tengan que ser jóvenes, es que para internarse en la comarca de sus letras hace falta mantener intacta la capacidad de asombro, conservar el espíritu niño en plena forma, funcionando a pleno rendimiento.

Fantasmas, leyendas, acertijos, extrañas desapariciones, secretos inconfesables, voces misteriosas, estancias deshabitadas, espejos y murciélagos, aventuras y ruinas, imposibles quimeras, autómatas y esbirros son algunos de los ingredientes con los que Gisbert cocina sus relatos, su imparable caudal de ficciones y de fábulas, que a estas alturas alcanza ya una suma considerable.

Desde 1979, ha escrito más de cuarenta novelas, casi medio centenar de historias que tratan de adentrarse en ese reino insondable que es la fantasía, a la luz de la imaginación en estado puro, la única herramienta capaz de urdir unas tramas tan redondas e increíbles, pero sin perder nunca el contacto con el suelo. Durante todo este tiempo no ha dejado de recoger premios, entre los que se encuentra el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, recibido en 1985 por El museo de los sueños. Dos años antes, en 1982, obtuvo el Premio Lazarillo, con una de sus obras más celebres, El misterio de la isla de Tökland, un compendio de enigmas que también figuró en la Lista de Honor del Premio Andersen. Su siguiente obra, Leyendas del planeta Thamyris, fue declarada en 1983 Libro de Interés Infantil por el Ministerio de Cultura. Años después, en 1990, recibía el premio Gran Angular por La noche del eclipse y en 1995, el premio Edebé por La voz de madrugada, un peculiar relato en el que, una vez más, Gisbert retrata con acierto el hechizo que despierta en nuestra vida la presencia de lo ignoto, las ganas de saber, de averiguar, de bucear en lo profundo de las cosas hasta obtener una respuesta, el anhelo de buscar, de buscar siempre, de la mano del asombro y la sorpresa, una clave que dé sentido a nuestros más íntimos interrogantes.

Y ése justamente es el regalo que Gisbert nos ofrece en sus más de cuarenta novelas, una puerta de acceso a ese pasadizo que se abre interminable debajo de la cama, una llave que nos permite acceder a la cueva donde se urde la aventura de lo nunca explorado, universo de papel, tejido de palabras, en el que sí que es posible vivir otra vida, habitar otro cuerpo, darle la vuelta al mundo, nadar en el reverso de las cosas, viajar del pasado al futuro a golpe de palabras, de Nápoles a Flandes, del espacio a la tierra, del siglo XVII al futuro más lejano, de la salita de estar a ese espacio imposible que sólo existe en los libros.

Alguien dijo una vez que la literatura fantástica “es tan vieja como el miedo”, y sin embargo, qué joven se mantiene, qué nueva y desusada parece cuando se aborda con acierto, cuando sabe entrelazar asuntos tan antiguos, tan imperecederos, con las circunstancias y las situaciones más actuales. Y qué suerte, a la vez, porque mientras haya incógnitas, mientras siga apasionándonos lo inexplicable, lo mágico, lo remoto, habrá literatura fantástica, y nos seguirán cautivando las historias que cuenta Gisbert, con la misma fuerza que deslumbran las historias de fantasmas a los niños.

Y es más fácil andar entre las cosas de diario, lanzarse a la vorágine del tráfico, hundirse en los hastíos del trabajo, cumplir con nuestras obligaciones, sabiendo que encerrado entre las páginas de todos estos libros hay un mundo distinto, un país fabuloso, repleto de misterios y de enigmas, de sueños y quimeras, de extraños personajes, de lúcidas historias capaces de cruzar esa frontera que separa la vigilia del sueño.

Lola  Mascarell