Tras haber perdido a sus padres a causa de la epidemia de la peste, Amelia huye hacia el sur, en busca de tierras que estén libres del contagio. A duras penas logra hacerse sitio en uno de los carruajes donde se apretujan muchas más personas de las que en rigor deberían ir en ellos.

Tras unas jornadas de viaje, el sobrecargado vehículo sufre la rotura del eje trasero. Los viajeros quedan abandonados a su suerte. Amelia decide proseguir andando porque cree que así podrá escapar de la desgracia. Más adelante encuentra a una sombría y desagradable mujer llamada Bruna que, al verla sola y perdida, finge ser compasiva y se ofrece a acogerla en su casa. Amelia, en su desamparo, acepta, sin saber que es casi lo peor que podría hacer.

Bruna es, en realidad, una mujer que se dedica a la hechicería. Rebautiza a Amelia dándole el nombre de Agualuna, con lo que considera, en sus enfermizas creencias, que así se convierte en dueña absoluta de la muchacha, con pleno derecho a decidir sobre su vida y su muerte.

A partir de este momento, Amelia, ahora también Agualuna, se convertirá en pieza esencial en los planes de la tortuosa bruja, y en los acontecimientos inesperados que se irán produciendo hasta que, en el lejano mar, los pescadores y los marineros vean a una muchacha fantasma, idéntica a Agualuna, que camina en las noches de plenilunio sobre las aguas, desprendiendo una extraña luz espectral.

Una historia llena de misterio y encanto, inspirada en los cuentos y leyendas de tradición popular, que el autor recrea de manera muy atractiva para los jóveves lectores.

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